La abeja que viajó al fin del Mundo

Hoy publicamos el primero de los tres microrrelatos («La abeja que viajó al fin del Mundo», «Silencio» y «Pedro Pablo Membranillas») que han quedado empatados en segundo lugar en el I Concurso de Microrrelatos: Una breve historia sobre nuestros Espacios Nauturales. La abeja que viajó al fin del Mundo de Mario López Areu.

La abeja que viajó al fin del Mundo

Diez de la mañana, umbría de Carrascoy. Los primeros rayos de sol superan las cumbres de la sierra. Su calor despierta a la abeja en su colmena y desentumece sus alas que comienzan a batir, el inconfundible zumbido que anuncia el comienzo del bochorno de otro día de verano. El zumbido aumenta de intensidad y, ¡fsum!, la abeja parte a toda velocidad a comenzar un nuevo día de trabajo. Primero, un campo de almendros, olor a leña. Después, uno de limoneros, olor a azahar. Y, por fin, la estrecha Rambla de Peñas Blancas: tomillo, esparto, romero. Su cuerpo disfruta del frescor húmedo del rocío entremezclado con los aromas del sotobosque ramblizo. La abeja hace un quiebro a derecha y enfila la agreste subida al Cabezo Colorao: encinas, pinos carrascos; olor a resina húmeda y a piña madura. Ya está casi en lo alto: siente el calor aumentar, la panorámica expandirse. Y de repente. La nada. Ante sus ojos un vacío inmenso, gris, polvoriento. No hay colores, ni olores. La abeja horrorizada, recula. No sabe que ha cruzado una frontera, entre el Parque Regional de Carrascoy y la cantera de áridos de Fulsan. La frontera entre el todo y la nada

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