Problemática ambiental
La degradación de la cobertura vegetal de los montes en zonas semiáridas dio lugar, entre otros problemas, a la pérdida de suelo, al incremento de las escorrentías, al aumento de las inundaciones, al avance de la desertificación y a una menor vida útil de los embalses por colmatación. Para mitigar estos efectos, durante la segunda mitad del siglo XX, se realizaron multitud de reforestaciones utilizando maquinaria pesada para aplicar la técnica del aterrazado, lo que supuso una completa modificación geomorfológica de las laderas.
Sin embargo, esta técnica no fue objeto de seguimiento para conocer sus efectos y, estudios realizados décadas después, han demostrado que los aterrazamientos intensificaban el problema que pretendía corregirse. En concreto, algunas zonas aterrazadas pueden tener una pérdida de suelo entre 10 y 100 veces mayor que zonas cubiertas del matorral original. Esto se debe a que en las zonas aterrazadas se producen regueros y cárcavas que concentran los flujos de aguas tras las lluvias, arrastrando el material con mayor fuerza, y esto puede tener efectos aguas abajo a través del transporte de escorrentías y sedimentos. Esta alteración de la dinámica de los sedimentos y de las escorrentías tienen su origen en la modificación del perfil que supone un aterrazamiento, eliminando la capa fértil y la mayoría de la vegetación, dejando expuestos horizones más pobres y afectando a la microfauna. Estas acciones dan lugar a suelos más débiles.
Por otra parte, la vegetación natural, que contaba con la presencia de formaciones vegetales de interés y algunas especies actualmente protegidas, fueron sustituidas por pinares mono-específicos. La disminución de la luz y agua disponible para el resto de la vegetación, la escasa incorporación de carbono al suelo (por la lenta degradación de las acículas) y la propia acumulación de acículas dificultan enormemente la colonización y sucesión vegetal
En definitiva, los aterrazamientos forestales han magnificado, en muchos casos, el problema que se pretendían minimizar (control de la erosión y lucha contra la desertificación), mientras que los pinos implantados han dificultado la posterior recuperación de la vegetación original.
La mayor parte de estas actuaciones se realizaron en montes públicos, y una parte importante de los mismos afectaron a zonas protegidas en la actualidad. Por tanto, su integración ecológica y geomorfológica, así como la reducción de los procesos erosivos debería ser una prioridad en las políticas forestales.